Ando buscando aquella noche traviesa
y sus retornos de memorias. Esa música disfrazada con cantos de las olas del
mar que se depositaba cada noche en el umbral de la cama. Esas caricias
esperando ser recogidas por tu huérfano corazón. Esos sueños en la playa que
eran el deseo irresistible de coincidir nuevamente.
Ando buscando el sol que aguardaba
en el horizonte en cada encuentro. Esas notas en la almohada con tu perfume.
Esas tertulias rodeada del aroma de café que nos envolvía como el primer
momento de casualidad esperada. Esas miradas bajo la luna que desnudaban
nuestros corazones. Tu párvula boca que me enseñaron a pecar. Tus cantos que
endulzaban mis oídos, los mismos que acuden cada madrugada a recordarme que sin
sendero el amor se enmudeció.
Pero… una mañana arrancó cada imagen
retentiva de aquella pasión, abdiqué de seguir buscando y mi cariño con la aurora
se empezó a disipar, se cansó de aguardar esperanzas que nacían muertas al
mundo.
La noche etérea envejece con cada
luz parpadeante que mi poesía habla de ti, colgando en la última letra escondida
el suspiro evocado de tu recuerdo, de ese que aparece en cada ráfaga de mis
pensamientos.
Dejaste mi maleta lista para el
viaje, creyendo encontrar un alma que sin decir nada me lo diría todo con la
mirada, que embriagaba con suave aliento. Soy la misma que fue tuya, que entre
líneas escribe los instantes de felicidad que tenían tu nombre.
Encontré una pluma, tomé mi libreta
y encontré un lugar para revelar esta confesión. Es como un trago amargo… porque
hablamos de amor. Quiero decirte
querido residente lejano, que mi amor secreto en el silencio siempre quedará
enterrado.
Escribí poesía… y no sabías leerla.
Kimberly L. Vilca Flores
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